Y de manera diáfana: La lucha social no es posible mientras que no recupere su fuerza moral, la que se ha perdido durante años de silencio en relación con parados que no cobraron prestaciones, primero unos cientos de miles y no se hizo nada. Luego un millón, luego han llegado a tres millones y medio y los movimientos sociales y sindicales no han hecho nada, ni una huelga general, ni manifestaciones.
Tampoco se ha aplicado la solidaridad con ellos. No se ha pedido desde el movimiento obrero, de manera ejemplarizante, que un 3% de su salario vaya a parar directamente a sus compañeros en paro cuando se les acabaron las prestaciones. Imaginemos que las protestas dan resultado, se recupera el salario de los funcionarios, se da la paga que impuso el franquismo por el ministro Girón, en Navidad, se vuelve a la edad de jubilación de los 65 años, se da a los mineros la ayuda que quieren y se dan más días de moscosos ¿se desmovilizaría la lucha?. Hoy por hoy sí, con toda seguridad. Incluso se consideraría una victoria ciudadana.
¿Y los cerca de cuatro millones de parados que no cobran prestaciones?, ¿se habría acabado la crisis?. Se dejó que llegase esta situación sin que la izquierda moviera un dedo, ahora si sólo consiste en protestar en la calle para volver al punto de partida sería nefasto e injusto y es a lo más que aspiran las movilizaciones en curso. Es lo que Charles Bukowski define en su historia “libertad, lirios en la luna” como grupismo: ganar para nosotros, nada más.
Esta es la crisis de la lucha social, la del egoísmo aprendido desde los primeros años de educación y de programas de televisión, todo lo cual ha hecho mella. El egoísmo se ha convertido en la ideología actual. La gente sale a la calle a protestar porque les han quitado una paga, porque les ponen más horas de trabajo, es una lucha por los propios intereses, lo cual se ve normal y esto es lo grave. La lucha social o es solidaria o no es lucha. En cada manifestación, en cada acto, en cada huelga debe ir en primer lugar la solidaridad y la exigencia de un medio de supervivencia a los parados, que ya no lo garantiza el empleo. Este debe ser el estribillo de cualquier acto, que sin embargo brilla por su ausencia.
Pero entre los propios trabajadores se ha instalado la coletilla de que los parados son unos vagos, de que no quieren trabajar. Los mineros han salido a la calle cuando les ha afectado su bolsillo, tienen capacidad de organización, los parados no. Los parados no pueden presionar, son heridos de una guerra económica y no pueden luchar. Se les ha dejado en la estacada. Y se les sigue apartando como objeto de las reivindicaciones por parte de una la izquierda asalariada que no defiende los derechos de los más necesitados, ni lucha para acabar con la imposibilidad de vivir, los parados sobrevive en una mendicidad familiar o delictiva. S.O.S., nadie hace caso.
Sin solidaridad no hay lucha. Y toda lucha ha de empezar por los más débiles, los más necesitados, porque sin esta fuerza moral lo único que se defienden son privilegios, esta es la crisis de la izquierda, esta es la crisis del movimiento obrero, en ella se apoya la otra crisis, la financiera, la económica.
Una izquierda en crisis que sigue anclada en discursos decimonónicos porque sigue pregonando de pleno empleo. ¿Por qué no se pide la supresión de la PAC que se ha convertido en una forma de financiar a las grandes fortunas para que lo sigan siendo?. Uno de los puntos de apoyo de la crisis es el reparto del dinero público, que no llega a los más pobres porque se lo llevan los más ricos y poderosos. El 40 por ciento de los 6.500 millones de euros que recibe España en concepto de ayudas directas de la Política Agrícola Común de la UE (PAC) va a parar a las manos de un 3,2 por ciento de grandes productores.
Una revolución puede impulsarse desde el cabreo, la indignación, pero no llegará a ninguna parte sin una estrategia, sin un claro análisis de la realidad, sin un empeño solidario por resolver el problema de todos, no únicamente el de uno u otro sector. El problema no es la crisis financiera ni la crisis económica, es la crisis de la revolución. Es el momento de reaccionar.
Volviendo a Bukowski: hemos brutalizado la tierra… el puesto de trabajo, unas horas para comer, comprar, follar o ver la tele, engendrar para perpetuar la especie y otra vez a trabajar. Somos tan brutos que nos hemos creído que la vida que nos hacen vivir es normal. Hace unas horas me dijo un amigo al que le leí aquel texto de Bukowski, ¿para qué quieres más?. En fin. No escribo más, de la misma manera que me callé cuando me lo dijo. Es mi amigo Willy, el que vende jazmines en la Plaza Mayor. ¿Te pasa algo?, me dijo, porque no le dije nada, porque me vio llorar. No es nada, le contesté, es que acabo de terminar de leer La prisionera de Proust y estoy emocionado. Me acompañó hasta mi casa sin que yo dejase de llorar. Me regaló un jazmín. Podía ser un lirio, le dije. Me miró con cara extraña y me preguntó ¿por qué?, por nada, por nada, estaba en la luna, le contesté. Me despedí de él, me tumbé en la cama y al levantarme decidí escribir este artículo.
Te ruego lector que me disculpes por meter en este escrito de economía y de política mis vericuetos cotidianos, que como dice Joaquín Colín son misceláneas, pero ¿qué es la economía sin lo cotidiano?. Pensarás que por eso he escrito lo que he escrito porque estoy en paro. Pues sí. Me acaba de llamar mi amigo Willy por teléfono, me pregunta que qué tal estoy. Bien, bien, estoy bien, gracias. Y me acuerdo de mi master web que insiste en que no me enrolle. Como diría Elías Gorostiaga: fin.
P.D.: Empieza la revolución, simplemente por dignidad.
Fuente: Ramiro Pinto
Ramiro Pinto no tiene ni idea de escribir. Se la pasa todo el día el foros y blogs, con el pseudónimo de «ciensano» persiguiendo todo lo que sepa a espiritual. No duda en mentir sin escrúpulos, manipular la opinión pública, difamar, violar leyes, para lograr sus fines, y al fin y al cabo vivir del cuento, ganando dinero a costa de incautos. Un escritor o un pensador debería ser ético y no manipulador, ni tener tanto afán de protagonismo por el hecho de protagonizar o prostestar sin más. Él nunca hace nada, solo protesta y protesta. Debe tener algún trauma infantil, no sé.