Como veíamos venir, la guerra de divisas está produciendo consecuencias catastróficas. La Bolsa norteamericana se enfrenta al colapso, conforme la batalla monetaria se hace más y más virulenta. El índice Dow Jones acaba de establecer un nuevo récord: 800 puntos abajo en cuatro días.
Nuestros lectores habituales conocen las causas. China, enfrentada a la caída de sus exportaciones, necesita hacer sus bienes más baratos al cambio. Desde el 8 de agosto, el yuan se ha devaluado un 9%. Y todos los expertos señalan que hay margen para bastante más.
Toda devaluación significa que el estado pondrá en circulación más moneda en la exacta proporción en la que ha devaluado. Y que tal estado puede bajar las tasas de interés de su dinero –que es lo que acaba de hacer–, porque no lo necesita de los ahorradores. Ya se lo fabrica él mismo. Más dinero circulante conducirá a más inversión privada y, desgraciadamente, a un pronto encarecimiento de los precios internos.
China acusa a la Reserva Federal de los Estados Unidos de haber desatado la crisis actual al anunciar la subida de las tasas de interés para este otoño. Ello implicará una inmensa retirada de capitales de la Bolsa para acudir a la compra de bonos del estado. Y algo mucho peor: que las empresas no podrán acudir fácilmente al crédito a interés cero para recomprar sus propias acciones y levantar su cotización bursátil: más primas para los ejecutivos, mientras los accionistas son estafados, víctimas de la financiarización. Más ruina para los ciudadanos de los Estados Unidos, porque el gobierno no utilizará ese dinero para generar empleo, sino para seguir interviniendo en la política internacional como un caballo en una cacharrería.
¿Por qué devalúa China? Porque no tiene alternativa. Las otras dos opciones para seguir exportando –es decir, lograr que los bienes lleguen a un menor precio final a un arruinado comprador occidental– son la subvención estatal y la bajada de costos, principalmente en forma de salarios. Y son ambas imposibles. Las subvenciones a la exportación son ilegales y serían contestadas con un cierre de fronteras comerciales. China ha intentado reducir los costos. Su propio desarrollo interior y sus propias burbujas han agotado la bajada de sueldos.
China ha tratado de reducir el costo de las materias primas comprando minas en África, por ejemplo. Pero se ha encontrado con que su principal cliente comercial, los Estados Unidos, le ha hecho la guerra física, generando revoluciones, matanzas étnicas y creando facciones terroristas de Al Qaeda –facciones del estilo de Boko Haram, que dirige un pájaro que mejor haría dedicándose a las telenovelas– para impedir los acuerdos de compra o la explotación viable. China ha tocado fondo. Así que no le queda otra salida que la devaluación.
La reacción de China es económicamente impecable. ¡Para eso sirve la soberanía monetaria, neoconservador ministro Guindos!… Estos últimos años de bonanza, China se ha deshecho de su exceso de bonos norteamericanos, comprando bienes raíces en todo el mundo y hasta en los mismos Estados Unidos. Del resto que posee se irá deshaciendo al ritmo que el mercado se lo permita para mantener al dólar lo más alto posible. Pero China no está sola. Forma parte de un grupo de países económicamente pujantes, los BRICS.
La consecuencia directa ha sido la caída de todas las divisas sudamericanas a mínimos históricos, caída que lidera Brasil, que forma parte del mismo grupo, junto a Rusia, cuyo rublo, para regocijo de Putin, cayó en picado a consecuencia de las sanciones europeas por la guerra de Ucrania. La industria rusa se está haciendo cada vez más poderosa, tendiendo puentes comerciales y oleoductos con la fronteriza China.
Ante la perspectiva de que se realice el sueño de Putin, una zona de libre comercio que vaya del Cabo San Vicente a Vladivostock, a los Estados Unidos no les queda otra cosa que olvidarse del destino de los ciudadanos norteamericanos y amenazar al mundo con la guerra. Y gastar más billones de dólares en armas, dólares que ayudarán de paso a devaluar el dólar en el concierto internacional. Toda esta política desquiciada incluye una represión a su población nunca vista, bajo el pretexto del terrorismo de Al Qaeda (Al Qaeda, igual que el Estado Islámico, son caretas de Israel, en realidad).
Los Estados Unidos no tienen hoy otro Truman que los saque de esta crisis. No habrá otro «new deal» cuasi-socialista consecuencia inevitable de una tercera guerra mundial. El tan cacareado patriotismo norteamericano sólo afecta a la parte ignorante de la sociedad, parte que incluye a un gran sector de los servicios de seguridad e «inteligencia». Los dirigentes, los verdaderos mandarines, no sienten más afecto patriótico que el que da dinero.
Los norteamericanos no utilizan los préstamos a interés cero de la Reserva Federal más que para especular en los mercados, no para emprender; y menos en la industria nacional, que requiere de mucho tiempo y esfuerzo. El escándalo de los esquistos ha demostrado una vez más que la rentabilidad rápida va muy por delante, no ya de la inversión en nuevas compañías rentables, sino de la propia industria estratégica nacional.
En realidad hay otro afecto que se les supone a los grandes financieros norteamericanos, aparte de al dinero… Los banqueros internacionales, por ejemplo, tienen la obligación de militar como sionistas. Muchos de ellos –como los Rothschild– lo son de corazón… si es que los financieros tuvieran en el pecho algo más que un músculo que les bombea sangre hasta el cerebro. Otros tan solo son buenos actores, fingen bien. Así que, cuando el Mossad toca el pito, todos forman y se cuadran como soldados de infantería. Como se cuadró el financiero sionista Larry Silverstein cuando se le ordenó comprar las Torres Gemelas, y éste las adquirió por leasing el 24 de junio de 2001, menos de tres meses antes de que fueran demolidas con Thermite por el Mossad.
Los Estados Unidos han venido siendo mal dirigidos económicamente desde 1913 por una banda de parásitos. El lobby sionista en los Estados Unidos viene utilizando su tremenda influencia en el Congreso para anteponer los intereses de Israel a los norteamericanos. Porque Israel es un estado tan «amigo» de Norteamérica que tiene su propio grupo en el Congreso norteamericano, una institución bajo la influencia económica y legislativa del lobby AIPAC (American Israel Public Affairs Committee).
Con estos mimbres, no hay Estados Unidos que valgan. Por grandes que hayan sido, son hoy un títere, un perro al que desangrar. Y eso es lo que le está sucediendo. ¿Cómo se concibe un estado que se deshaga de toda su industria nacional, otrora la más importante del mundo, que permita que inmensas ciudades industriales como Detroit sean hoy vertederos, para comprar todos sus productos de consumo en China? La única respuesta es que se trata de un buen negocio, de algo que da dinero rápido. Para el gobierno norteamericano, permitir hacer billetes a los ricos es más importante que el futuro de la población que lo respalda con sus impuestos y con su sangre cuando le toca.
Lo que jamás entenderá un norteamericano, abducido por decenios de adoración al dólar, y menos un miembro del congreso americano, alcantarilla corrupta donde toda voluntad se compra y vende, es que a una gran nación como China, con las ideas claras, le interese trabajar a costo o incluso perdiendo dinero. Por supuesto que sí le interesa, en las circunstancias actuales. Mientras lo hace, crea actividad económica –empleo– en su territorio. Su objetivo es apropiarse de la energía neoliberal egoísta para crear una sociedad socialista pujante en su casa: Su objetivo es sustituir finalmente la decadente economía internacional por un gran mercado interior. ¿No está claro?
Y del perro muerto las pulgas huyen. Por eso, algunos de los principales financieros sionistas hace más de un año que abandonaron al dólar –petróleo y materias primas– y mudaron sus negocios a Oriente. Casi sin dilación, el Euro fue atacado por los USA a cañonazos, que de eso trata la crisis de Ucrania. Con aliados como los norteamericanos, ¿quién necesita enemigos?
Autor: Félix Udivarri
Fuente: Ácratas.net
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