El poder potencial de la clase trabajadora es de dimensiones extraordinarias, básicamente porque somos la inmensa mayoría de los productores y consumidores. Producción y consumo mueven el engranaje del sistema capitalista.
El problema es que normalmente ese poder se queda en una mera realidad potencial, que no llega a expresarse en hechos. Entre los factores que impiden la materialización de tal fuerza potencial, destacan dos: la ausencia de conciencia de clase y -derivado de lo anterior- la imposibilidad de actuar como clase a través de la unidad de acción. Marx y Engels lo tenían claro, cuando escribieron el Manifiesto del Partido Comunista: ¡Trabajadores del mundo, uníos!
La unidad de respuesta es un tsunami contra el cual el sistema carece de defensas eficaces. Pero, para aspirar a una praxis política unitaria, previamente debe existir conciencia de clase. Este es el nudo gordiano. De ahí que resulte una aberración la negación de la lucha de clases y el ocultamiento del antagonismo básico entre dominantes y dominados, explotadores y explotados.
En su lugar se nos habla de una difusa clase media, concepto ambigüo de la sociología sistémica que enmascara el antagonismo raíz. Ahora también hay quien prefiere distraer la atención hablando de gente «decente» frente a «indecentes», afirmando que la lucha de los trabajadores no es de derechas ni de izquierdas (Pablo Iglesias & Monedero). Pero, de la misma forma que los sindicatos deben ser sindicatos de clase, también los partidos de izquierda deben ser organizaciones de clase, lo cual descarta el interclasismo a la vez que afirma la identidad básica de la clase trabajadora por encima de su heterogeneidad.
Vivimos en una época en la que algunos instrumentos clásicos de presión de los trabajadores, han ido perdiendo operatividad. Sucede, por ejemplo, con la huelga. A pesar de todo, sin renunciar a tales herramientas, hemos de ser capaces de desarrollar nuevas estrategias de lucha y presión, o de dinamizar estrategias que ya no son tan novedosas pero que están poco extendidas.
Tradicionalmente, las estrategias de lucha de los trabajadores han girado en torno a la producción. Sin embargo es preciso también dinamizar estrategias que giran en torno al consumo. No es nueva la idea que habla de convertir el carro de la compra en un carro de combate, pero por desgracia está poco desarrollada en nuestra praxis social. Se trata de llevar la lucha de clases al terreno del consumo. El ejemplo más reciente lo estamos viviendo con Coca-Cola.
Coca-Cola Iberian Partners es el embotellador de los productos de Coca-Cola para España, Portugal y Andorra. Se formó en febrero de 2013 al integrarse las 8 embotelladores que existían en la península ibérica. En todal, fabrica y comercializa 24 marcas de bebidas y 69 productos de la matriz The Coca-Cola Company.
A pesar de sus excelentes beneficios, aprovechando la reforma laboral del gobierno del PP, la compañía pretende cerrar 4 de las 11 plantas existentes, presentando un ERE «por causas organizativas y productivas» que afecta a 1.250 trabajadores. Los responsables de la compañía se justifican con lo de siempre: «El objetivo de la reestructuración es ganar eficiencia y competitividad», palabras mágicas utilizadas siempre por la patronal para justificar despidos, reducir salarios, incorporar trabajadores en condiciones de mayor precariedad, etc.
La respuesta de los trabajadores no se hizo esperar, pero en esta ocasión ha ido acompañada de un llamamiento al boicot a los productos de Coca-Cola. De esta forma, como ejemplo, la movilización de los trabajadores de la planta de Fuenlabrada en Madrid, en la primera semana de huelga, ha hecho que «las ventas de Coca-Cola en Madrid hayan caído en torno a un 40 por ciento» (Europa Press), gracias al apoyo de los consumidores, al que se han sumado muchos pequeños bares que han decidido dejar de servir productos de Coca Cola, mientras dure el conflicto entre la compañía y los trabajadores.
Desde el comité e empresa de la planta de Fuenlabrada, se afirma que la medida de la compañía «es una aplicación de la reforma laboral y una especulación pura y dura del mundo empresarial actual«, ya que todas las plantas del grupo tienen beneficios: «consecuencia de un proyecto que se llama 20+20 de la compañía Coca-Cola a nivel mundial«, el cual consiste en que la multinacional aspira a duplicar sus beneficios en una década, entre 2010 y 2020 (Europa Press). En el caso de la planta madrileña -igual que en los demás casos-, Coca-Cola Iberian Partners quiere cerrar la planta para reabrirla después pagando salarios inferiores y con condiciones laborales más precarias.
La estrategia de los trabajadores de Coca-Cola (la huelga) entra dentro de las estrategias clásicas que giran en torno a la paralización de la producción. Pero en esta ocasión consiguen la solidaridad de los consumidores que también son trabajadores. La actuación de estos, a partir de la conciencia y solidaridad de clase, puede llega a resultar un factor decisivo en la resolución del conflicto en favor de los trabajadores.
Es la lucha de clases proyectada sobre nuestra condición de consumidores. Un camino que debemos potenciar y desarrollar al máximo, concienciándonos de la necesidad de boicotear productos de compañías claramente hostiles a los intereses de los trabajadores. Esto no es nuevo, cierto; ni mucho menos (casi todo está ya inventado).
Pero ya va siendo hora de tomar conciencia de que el carro de la compra puede ser un carro de combate. Así que… ¡¿qué tal si boicoteamos todos los productos de la marca Coca-Cola?! Es otra forma de mostrar solidaridad de clase.
Fuente: Blog del viejo topo
Autor: Vigne