A mediados del siglo XIX muchas madres murieron porque los médicos no se lavaban las manos durante sus atenciones. Las mujeres contraían la enfermedad llamadafiebre puerperal. Dicha tasa de mortalidad los médicos la consideraron normal. Hoy sucede algo parecido en la economía.
En 1890 el médico húngaro Ignas Philipp Semmelweis, observó quelas mujeres que parían en la calle y en casas de gente adinerada morían bastante menos. Se daba cuenta así de que algún daño se producía en los hospitales.
Llegó a la conclusión de que los médicos infectaban a sus pacientes y ordenó a sus alumnos que se lavasen las manos con agua de cloro. Disminuyó la mortandad por parto. A pesar de ello los médicos entendieron que era una afrenta contra su profesión.
El director del Hospital, Jhon Wlein, llegó a prohibir que los médicos se lavasen las manos y destituyó a Semmelweis. Algo parecido pasa hoy con los economistas.
Hace poco se han empezado a comercializar máquinas de vendimiar, las cuales sustituirán a una gran cantidad de trabajadores en este menester. Como sucedió antes con las cosechadoras, empacadoras, etcétera. Y de la misma forma en otras muchas las ramas de la industria.
Por ejemplo el trabajo de cobrar en cajas de los supermercados quedará en breve automatizado con un código de barras que cobrara directamente de la tarjeta bancaria del cliente.
Nos encontramos ante una situación nueva que requiere un cambio de paradigma en la economía, pero son los técnicos, profesores e ilustres economistas los que se resisten a analizar el problema, se limitan a dar nuevas respuestas que giran sobre lo mismo, sin plantearse nuevas preguntas que permitan encontrar soluciones reales, ante una nueva realidad.Desde que se inició la revolución industrial se incrementa cada vez con más intensidad la eliminación de empleo a la vez que se produce más riqueza. Lo cual es algo nuevo en la Historia de la humanidad. Para mantener puestos de trabajo se amplía un mercado laboral a costa de atentar contra del medio ambiente en pro del crecimiento económico.
Hoy lo único que permite hacer compatible, desde el punto de vista teórico, que la riqueza y el crecimiento económico sucedan desde un desarrollo sostenible es la Renta Básica, la cual, con su modelo de financiación acorde y unas medidas de realización correctas, permite un progreso global.
Sin embargo, esta teoría se critica desde planteamientos que se inventan lo que es la renta básica, para rebatirla, simplemente porque la Renta Básica cuestiona las ideas y la mentalidad de la comunidad científica, de economistas, sociólogos, juristas, y demás, lo mismo que produce un rechazo entre algunos marxistas porque no encaja con su ideología, lo cual, a veces, llega a planteamientos esperpénticos.
Esta crisis de nuevas ideas afecta igualmente a los sindicatos y partidos políticos, quitando una minoría que son la excepción que confirma la regla. Esta manera de reaccionar es común en todo cambio de modelo, por lo que debemos ser conscientes de ello para no caer en errores que se repiten a lo largo de nuestra historia y suponen el sufrimiento de muchas personas, cuando es algo evitable.
A mediados del siglo XIX muchas madres murieron porque los médicos no se lavaban las manos durante sus atenciones. Las mujeres contrajeron la enfermedad llamada fiebre puerperal. Dicha tasa de mortalidad los médicos la consideraron normal.
Una de cada tres parturientas morían por esta razón. En 1860 el médico húngaro Ignas Philipp Semmelweis, observó que las mujeres que parían en la calle y en casas de gente adinerada morían bastante menos. Su conclusión lógica fue que algún daño se producía en los hospitales. Observó también que morían más mujeres atendidas por médicos que por comadronas.
Semmelweis llegó a la conclusión de que los médicos infectaban a sus pacientes y ordenó a sus alumnos que se lavasen las manos con agua de cloro. Disminuyó la mortandad por parto a un 61%. A pasar de ello los médicos entendieron que era una afrenta contra su profesión.
El director del Hospital, Jhon Wlein, llegó a prohibir que los médicos se lavasen las manos y destituyó a Semmelweis. Sus colegas lo denostaron y siguieron muriendo madres y bebés.
La Academia de Medicina de París llegó a proclamar que los doctores son caballeros y que por lo tanto sus manos no infectan. Hasta que el año 1879 Louis Pasteur, casi veinte años después de la muerte del médico húngaro, rebatió semejantes sandeces defendidas por ilustres, ínclitos, prebostes e importantes hombres de ciencia, demostrando que, efectivamente, existen microorganismos que son los que trasmiten las infecciones.
Aunque, antes de Pasteur, no hubiera una demostración de por qué sucedía aquella infección sí se constataba con la observación de los hechos.
Pasaron los años y a medidos del siguiente siglo se empezó a estudiar el cáncer. La comunidad científica, entre ellos el Nobel español Severo Ochoa, el doctorWarburg, Oparín y otros consideraron que el cáncer era producido por microbios. La investigación se orientó en encontrar cual.
Tal fue el paradigma científico de aquella época. Quienes plantearon que podría ser una mutación genética fueron marginados, apartados de su labor y tomados por ilusos. En 1959 Linus Pauling y Willard Eriblydemostraron que el carbono-14 induce el cáncer con su irradiación.
Las ciencias económicas han aportado una gran posibilidad para el desarrollo humano, pero cuando cambia la realidad hay que adaptarse a las nuevas condiciones. Se ha tardado siglos en eliminar trabas aduaneras. El comercio internacional, que permitió en gran medida el desarrollo económico de las naciones europeas, costó que se llevase a cabo por economistas aferrados a sus teorías y manera de pensar.
Keynes estudió la economía alemana y escribió varios estudios sobre cómo evitar una guerra que de otra manera sería inevitable. Hicieron falta 20 millones de muertos para que se aplicasen algunas de sus medidas para reconstruir los países destruidos por la guerra.
Pasados los años las medidas keynesianas junto con el modelo neoliberal son la causa del colapso económico y del deterioro medioambiental a nivel global, por lo que cuando un nuevo paradigma se aplica y cambia la realidad hace falta que otro nuevo lo sustituya, en una necesaria adaptación a la realidad.
Hoy nos encontramos con algo similar, que podría evitarse. No se trata de convencer a nadie, sino de que se analice y los economistas y catedráticos de esta ciencia y políticos de turno «se laven las manos».
La Renta Básica no es más que la evolución que permite adaptar la economía a la nueva realidad definida por la globalización, el progreso tecnológico, la pujanza de la economía financiera y la necesidad ineludible de conseguir un desarrollo sostenible, para evitar catástrofes que se ven venir por el efecto invernadero y cambios climáticos, que hace treinta años el profesor sueco, doctor Claus Linden, supo ver, ante la tala de las selvas tropicales que regulan las corrientes de aire del planeta.
Pero la destrucción de las mismas se sigue haciendo porque hay que mantener puestos de trabajo que depredan nuestro entorno.
El señor Linden, después de reconocerse hoy en día muchas de sus aportaciones, quedó olvidado y arruinado en un pueblo de Andalucía hasta su muerte este año 2011. Fue un técnico de la FAO que tras emitir sus conclusiones sobre las causas de la pobreza de África y los males que podían venir fue expulsado de esta institución.
Hoy sus alarmas se dan a conocer por estudiosos de su obra, pero sin que se haga nada efectivo porque los técnicos siguen anclados en sus teorías.
Se firma el protocolo de Kyoto, porque se ve que es necesario, pero no se cumple. Hay que mantener el nivel de empleo, cuando hay otras maneras de distribuir la riqueza que no es el empleo. Se sabe que León tarda diez años en absorber lo que contamina en un año.
El 80% de dicha contaminación la produce las térmicas. Pero hay que mantener el carbón. Lo cual provoca el efecto invernadero, lo que insiste el protocolo de Kyoto que hay que evitar.
Hay alternativas que no se usan pues dependen de tecnologías avanzadas que no necesitan tanta mano de obra. Por eso es necesario que nos lavemos las manos. Todos. También los economistas.
Autor: Ramiro Pinto
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