Asistimos a la debacle de un modelo económico, hoy los economistas con la mente un poco más amplia que los gestores de la actual crisis están hablando de desmundialización, la zona euro está tambaleando y varios de sus miembros han mordido el polvo.
El valor del euro en el mercado de divisas no es conveniente para la mayoría de los países que componen la comunidad económica europea. El banco de la comunidad europea no puede prestar dinero a los estados de ese bloque. ¿Increíble? No, así lo dicen sus estatutos. Un banco que no presta dinero a los gobiernos.
Y del dólar qué hablar, los estadounidenses se las ven bastante complicadas con su deuda y su déficit.
Lo cierto es que el mundo de las finanzas se ha devorado al mundo de la producción, y la globalización «mal aplicada o mal entendida» no ha dado los resultados que los embriagados de postmodernidad creían en antaño.
Una publicación reciente nos dice sobre este fenómeno:
Como encaramadas sobre un vagón de una montaña rusa, las economías occidentales se bambolean de crisis en crisis. Las reuniones y cumbres “excepcionales” donde se juega la suerte de un país, de un continente, constituyen ya una rutina de los máximos responsables políticos. Pero ante este panorama se abre un posible camino de acción que parece prohibido. ¿Quién tiene miedo a la desmundialización?
Al comienzo las cosas eran simples: estaba la razón, que procedía por círculos (con Alain Minc en el centro), y luego estaba la enfermedad mental. Los razonables habían establecido que la mundialización era la realización de la felicidad, y todos aquellos que no tenían el buen gusto de creer en ella estaban para ser encerrados.
Una “razón” que, sin embargo, enfrentaba un pequeño problema de coherencia interna porque, aunque pretendía ser el ideal de la discusión conducida según las normas de la verdad y del mejor argumento, prohibió metódicamente cualquier debate durante dos décadas y sólo permitió abrirlo ante el espectáculo de la mayor crisis del capitalismo.
Digamos enseguida que en este caso “la razón” no es una entidad etérea. Es, más bien, del orden de un aparato: economistas serviles, medios de comunicación que asumen una misión, grandes empresarios siempre abiertos al pluralismo con tal que dijera lo mismo, oligarcas socialistas convertidos y, por eso mismo, más “creíbles”, como lo fueron los anabaptistas.
Le Monde no duda en expresarse para desear la “bienvenida al gran debate sobre la desmundialización” y lo abrió (a manera de “bienvenida”, sin duda) con una tribuna que explicaba que la desmundialización es “absurda” y, para una equidad en los puntos de vista, una entrevista que certificaba que es “reaccionaria”; en efecto, no son lo mismo y ambas merecían ser mencionadas…
Entonces ¿de qué se trata todo ésto?
¿Hay una economía alternativa? No caben dudas que se trata de aproximaciones, aunque existan alternativas en el mundo de una economía social con comercio justo, sabemos que la fuerza de los mercados es muy poderosa como para cambiar de paradigma sin resistencia.
El problema en todo esto es la enorme cantidad de gente que se muere de hambre, que queda fuera del mercado de trabajo, que no puede insertarse jamás en el sistema, en fin, el problema es la indigencia material y moral del ser humano.
¿Y la solidaridad, para cuándo? ¿Sólo primará la codicia y la ambición hasta que nos extingamos como especie?
El camino no es la violencia, el camino es no dejar de pensar, es extremar la paciencia y llegar a los acuerdos necesarios para que las grandes mayorías logren eso que muchos libros llaman calidad de vida, y que otros llamamos reproducción ampliada de la vida.
Arnaud Montebourg, de 48 años, es un candidato para la elección presidencial. El diputado socialista de Saône-et-Loire, hizo el anunció este sábado 20 de noviembre, en su tierra Frangy-en-Bresse, antes de embarcarse en una gira por Francia. En una entrevista con Le Monde, explica las razones de su nombramiento por la necesidad de «abrir un nuevo ciclo político en dieciocho meses hasta las elecciones presidenciales».
¿Su lema? La «desglobalización», un concepto acuñado por el sociólogo Walden Bello, de Filipinas. «Desde el punto de vista económico y ecológico, la globalización es un desastre, ya que sobrevalora a la exportación», dijo el diputado socialista. Por lo tanto, debe asumirse un cierto grado de proteccionismo como una herramienta para el desarrollo, tanto al norte como al sur».
Para ello, propone Montebourg un centenar de medidas que deberán «trazar un camino de transformación cuando la política se hace cargo. Como Secretario Nacional de la renovación en el PS, quiere «prohibir un primer número de la especulación» y propone «crear un impuesto mundial sobre las actividades financieras».
En una ruptura con la lógica del capitalismo, que no se diferencia del candidato Mitterrand antes de 1981, el candidato por el Partido Socialista, dijo sin rodeos: «Mis propuestas sobre la financiación no tienen carácter normativo, se trata de leyes de seguridad económica».